Beso

Hace veinte años tratar de hacer la revolución y cambiar la sociedad era hacer
política, mientras que hoy la política ha descendido a dos cuerpos que hacen el amor
en un sótano y pueden recrear el mundo entero.

Hanif Kureishi, ‘Intimidad’

Beso

Visto lo visto en el arte contemporáneo de la última década, un beso en la boca vuelve a ser revolucionario. El beso, un ‘género’ hoy relegado a escena culminante en el cine. En la mejor tradición de Klimt, Brancusi o Warhol, Diego Alonso (Buenos Aires, 1973) convierte ese momento culminante en la película entera. Si el beso es lo importante, ¿cómo no concentrarse sólo en él? Un beso de 30 minutos en este caso. Como en otros de sus vídeos, en este ‘Beso’ (2009) Alonso estira el espacio y el tiempo. Dos cuerpos en trance (parece que hombre y mujer, aunque su parecido e indefinición nos lleva a acordarnos del andrógino) cambian, se entremezclan y vuelven a mezclarse, podemos incluso ver en el fondo la energía que comparten y desprenden. Como el giróvago que gira sobre sí mismo sin fin, Alonso convierte el acto de mirar en una experiencia hipnótica, un ciclo en el que perdemos y recuperamos, siempre sin entender. Recordemos a Chesterton: ‘Todo el secreto del misticismo consiste en que el hombre puede comprender todo con la ayuda de lo que no comprende’. No entender ayuda a salir de nosotros mismos, abandonar con alivio esa piel que nos encierra y convocar el éxtasis, mediante el acto de amor, el beso, por el cual los amantes intercambian sus espíritus en cuerpos diferentes. Esa dimensión espiritual (conexión cósmica) está ya operando, como dice Slavoj Zizek, desde la apasionada interacción sexual misma. No es ya una forma de alcanzar la divinidad ni la metáfora de la comunicación con Dios, sino que es la divinidad misma.

David Trullo, Madrid, 2008.

Imagen de "Beso" I

Imagen de "Beso" II

Imagen de "Beso" III

Imagen de "Beso" IV